Por Firmino Benitez
Pedro Juan Caballero, capital del departamento de Amambay y ciudad fronteriza de relevancia estratégica — se encuentra hoy sumida en una alarmante situación de desorden urbano, deterioro estructural y anarquía vial. A pesar de ser considerada una de las puertas de entrada al país y promocionada en discursos oficiales como “ciudad turística”, la realidad diaria que enfrentan sus habitantes dista mucho de esa visión ideal.


Calles intransitables, baches convertidos en cráteres, veredas cubiertas de basura y maleza, y un sistema de tránsito absolutamente caótico componen la escenografía cotidiana de Pedro Juan Caballero. A todo esto se suma la aparente indiferencia de las autoridades municipales — intendencia y concejales — cuya gestión deja al descubierto la total ausencia de un plan serio de urbanización, limpieza o modernización de la ciudad.
Lejos de brindar una imagen digna de una capital departamental, la ciudad proyecta una postal de abandono y desidia institucional, más parecida a un mercado asiático del siglo pasado que a un centro urbano en pleno siglo XXI. La falta de mantenimiento vial es solo uno de los síntomas más visibles: el estado de muchas calles no solo afecta la circulación, sino que representa un riesgo constante para conductores y peatones.


Pero tal vez lo más grave y preocupante sea el desconocimiento — o desprecio abierto — por las normas básicas de tránsito, tanto por parte de conductores como de quienes deberían hacerlas cumplir. La falta de educación vial, combinada con una cultura de impunidad y prepotencia al volante, genera situaciones tan comunes como peligrosas: vehículos estacionados sobre veredas, en doble o incluso triple fila, bloqueando entradas de viviendas, accesos a hospitales o directamente parados en contramano, sin el menor respeto por señales, semáforos ni peatones.
En muchos casos, se trata de automóviles de bajo costo, como los populares “MAO” (vehículos usados importados), cuyos propietarios parecen interpretar la tenencia de un rodado como una licencia para violar cualquier norma de convivencia ciudadana. El escenario se vuelve aún más preocupante cuando se observa la pasividad de la Policía Municipal de Tránsito y la completa inacción de la intendencia ante un problema que crece día a día.


Pedro Juan Caballero vive bajo una “ley del más fuerte”, donde impera el “Mba’evete chéve” — el nada me importa — y donde reina la prepotencia sobre el civismo. La ciudad se ahoga en su propio desorden, sin una visión de futuro, sin planificación urbana, sin control efectivo. La construcción de calles cada vez más angostas, sin prever el crecimiento del parque automotor ni espacios adecuados para estacionamiento, solo agrava el problema.
Es tiempo de que las autoridades municipales dejen de mirar hacia otro lado y comiencen a asumir su responsabilidad. Porque mientras la inacción persista, Pedro Juan seguirá siendo una ciudad sin ley, atrapada entre el abandono y el caos, alejada de cualquier aspiración turística y cada vez más resignada a un retroceso urbano que afecta la calidad de vida de todos sus ciudadanos.