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Educación en decadencia: una estructura que se desmorona

La educación paraguaya atraviesa una de sus crisis más profundas y sostenidas en el tiempo. Lo que debería ser la base del desarrollo y la movilidad social se ha convertido, en muchos casos, en un sistema obsoleto, ultrapasado y precario, sostenido por estructuras desfasadas y actores que han perdido el norte pedagógico.

A diario, emergen en el país pequeñas “instituciones” de educación superior que, lejos de formar profesionales con capacidad crítica, simplemente reproducen modelos educativos ineficaces y carentes de todo rigor académico. El resultado es una generación de egresados mal preparados, víctimas de una enseñanza deficiente, que se transforma en sinónimo de fracaso antes incluso de ingresar al mercado laboral.

Uno de los síntomas más alarmantes de este deterioro es la calidad del cuerpo docente. Muchos profesores, formados en centros o institutos sin regulación ni fiscalización alguna por parte del Ministerio de Educación y Ciencias (MEC), presentan serias falencias en comprensión lectora, interpretación, y coherencia cognitiva. Estos educadores —que deberían ser faros de conocimiento y pensamiento crítico terminan reproduciendo un sistema que no estimula, no forma, no transforma.

La implementación de normativas educativas «facilitadas», promovidas por estos mismos actores carentes de formación sólida, ha contribuido a desvirtuar aún más el verdadero sentido de la educación. Lo que debería ser un proceso exigente y formativo, se ha transformado en una carrera de mínimos que no prepara para la vida ni para el trabajo. La educación ha sido rebajada a su expresión más elemental, retrocediendo a niveles alarmantes de calidad y profundidad.

A esta debacle estructural se suma la acción de sindicatos docentes que, lejos de impulsar mejoras reales en el sistema, se han convertido en corporaciones de intereses que persiguen beneficios particulares. Su resistencia a reformas de fondo, su oposición a evaluaciones de desempeño, y su defensa de privilegios, no hacen más que postergar la urgente reconstrucción de un modelo educativo colapsado.

Como si todo esto fuera poco, la precariedad del sistema se refleja también se manifiesta en un fenómeno llamativo y preocupante: la jubilación temprana de cientos de docentes. Muchos profesionales abandonan el sistema público a edades relativamente jóvenes, no para retirarse definitivamente, sino para incorporarse al sector privado, donde continúan ejerciendo sin regulaciones claras. Este fenómeno distorsiona por completo el sentido de la jubilación, que debería permitir la renovación generacional, dar paso a nuevos profesionales y promover el recambio necesario para revitalizar la enseñanza.

Sin embargo, en Paraguay, la jubilación temprana se ha convertido en una puerta de escape más que en una etapa de cierre profesional. Docentes con plena capacidad laboral optan por jubilarse del sistema estatal debido a los bajos salarios, la falta de incentivos, y la escasa valoración de la carrera docente, solo para continuar trabajando en condiciones aún más precarias o en instituciones privadas sin control ni estándares de calidad. Esto no solo mantiene anclado el sistema en sus falencias, sino que posterga la incorporación de jóvenes educadores mejor preparados y con nuevas perspectivas. En lugar de permitir la renovación natural del plantel profesional y brindar oportunidades a nuevas generaciones de educadores, muchos de ellos se trasladan al sector privado, perpetuando un ciclo donde se elude el verdadero propósito de la jubilación: abrir paso al relevo generacional.

En síntesis, la educación paraguaya hoy está mal estructurada, mal direccionada y peor dirigida. La acumulación de errores, omisiones y negligencias ha alejado al sistema de su propósito primordial: formar ciudadanos libres, críticos, competentes y preparados para construir un país mejor.

El desafío no admite más postergaciones. Paraguay necesita una reforma educativa seria, profunda y sostenida, que comience por poner en el centro a la calidad, la formación docente y el compromiso con el conocimiento. Solo así podremos revertir esta decadencia que, si no se enfrenta ahora, hipotecará de forma irreversible el futuro del país.