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Delincuentes idolatrados: una distorsión peligrosa

Una historia que se repite. En distintos puntos del país, especialmente en zonas donde el Estado brilla por su ausencia, algunos personajes que deberían estar rindiendo cuentas ante la justicia terminan ocupando el lugar de ídolos. En lugar de ser repudiados, son venerados. En lugar de ser juzgados, se les obedece. Así, delincuentes comunes se convierten en referentes sociales y hasta en supuestos «salvadores de la patria».

La reciente tragedia ocurrida en Yby Yaú, departamento de Concepción, expone con crudeza esta peligrosa distorsión. El caso de los hermanos Esquivel no es una simple crónica policial: es un reflejo de cómo algunos sectores de la sociedad terminan subordinándose a la lógica del poder de facto, del autoritarismo criminal, y de la violencia como norma.

En contextos donde la institucionalidad es débil y la presencia del Estado es casi simbólica, es fácil que figuras ligadas al delito asuman roles de liderazgo local. Dan órdenes, imponen reglas, resuelven conflictos y hasta dictan justicia según sus propios intereses. En muchos casos, logran incluso influir sobre autoridades, policías y políticos, quienes se pliegan por conveniencia, miedo o complicidad.

Lo más grave es que estos personajes no solo controlan territorios, sino que son también idolatrados por sectores de la comunidad que, cansados del abandono, ven en ellos una fuente de ayuda o de protección, por mínima o interesada que sea. A esto se suma el papel ambiguo de algunos medios de comunicación, cuyos relatos a veces rozan la apología del delito, destacando a estas figuras como «peculiares», «poderosos» o «carismáticos», sin el debido contexto de su historial criminal.

Así, se construyen mitos peligrosos: delincuentes con rostro de héroes, benefactores ilegales convertidos en semidioses, pistoleros que imponen su verdad a fuerza de miedo o violencia. La reciente muerte de un ciudadano en cumplimiento de su deber, en el marco de un operativo, y la caída de otro en un enfrentamiento, son consecuencia directa de esta confusión moral que tolera –cuando no glorifica– a los fuera de la ley.

Es momento de detenernos y reflexionar. Como sociedad, debemos romper el círculo de idolatría hacia los delincuentes. Debemos dejar de aplaudir a quienes, desde las sombras, ejercen un poder paralelo y destructivo. La política, el deporte o la necesidad social no pueden ser excusa para blanquear a los criminales ni para convertirlos en referentes.

El verdadero liderazgo debe surgir de quienes practican y promueven los valores de la honestidad, la justicia y el respeto por la dignidad humana. Paraguay necesita con urgencia recuperar la confianza en sus instituciones y fortalecer la presencia del Estado en todos los rincones del país. Solo así, nuestros pueblos volverán a mirar hacia hombres y mujeres de bien como sus verdaderos ídolos.

Por Firmino Benitez Barroso.